lunes, 2 de agosto de 2010

Libertad para torear

En lo que atañe al debate suscitado al calor de la reciente prohibición administrativa para torear, por su falta de consistencia, pobreza dialéctica, debilidad argumental y evidente tendenciosidad, dejaré a un lado los motivos de los políticos de palestra; también deben ser apartadas, por su origen irracional, las razones de los animalistas bien intencionados, así como las de los taurinos del mismo ser, tan lejos y tan cerca los unos de los otros, unidos por un mismo sentir. Lo que me resulta humanamente preocupante es esgrimir la libertad, o su falta, como argumento de ataque a tal prohibición; así la cuestión a dilucidar será si actualmente el ser humano es o no libre para utilizar en su entretenimiento y provecho la vida o utilidad de otro ser no humano o lo que es lo mismo, si es un hacer humano el torear, si forma parte de su naturaleza, de su ser como humano. La respuesta a tal cuestión debe ser negativa pues es cosa distinta el poder hacer –libertad disyuntiva, yo tengo facultad para hacer esto, lo otro y su contrario- que tener libertad humana para hacer, y ello aunque lo que puede ser hecho pueda ser considerado bello o entretenido o forme parte de un hacer acostumbrado, pues el tiempo, por sí mismo y sin la compañía de la razón, no otorga más carta de naturaleza que la estupidez. El hombre puede hacer mucho y sin embargo no siempre es rigurosamente libre para hacer todo aquello que puede ser hecho, pues la propia humanidad limita todos los posibles haceres; la libertad disyuntiva permitirá torear o no hacerlo, la libertad humana impedirá torear sin ningún género de duda, y no lo permitirá porque el ser humano hoy –ciertamente el ser humano es distinto con el tiempo- no precisa para serlo, para realizarse, para encontrarse, presenciar el espectáculo de la lidia de un hombre con un toro; en otros tiempos cuando no eran conocidos otros medios de entretenimiento o no existían otros puntos de reunión social o la pobreza intelectual ha sido dominante, es posible que el toreo cubriera esas necesidades humanas o no se hiciera cuestión humana del toreo siendo más acuciantes otras; actualmente al ser humano no le es menester para ser, el torear ni presenciar el toreo, y ello por dos razones: primera y principal, porque el hombre ha progresado intelectualmente instalándose en él sentimientos y valores como el respeto a la vida animal, la compasión y la repugnancia hacia la crueldad gratuita; y en segundo lugar porque la necesidad humana de entretenerse y socializarse viene cubierta por infinidad de posibilidades que no cuestionan ni repugnan tales valores preponderantes que definen el ser humano, concluyéndose pues que no puede ser considerada, aquí y ahora, humana la acción de torear, no estando en disposición del hombre el hacerlo o no, pues el hacerlo niega la condición humana del hombre.

martes, 12 de enero de 2010

Hijos de caín


A vueltas con saramago, qué se le va a hacer, por suerte a veces soy de ideas fijas y obsesivas y encantado me he quedado con su caín y con lo que destila. Es hora y siendo tarde viene como agua de mayo que se trate con el debido respeto el imbebible sustrato historiado del acervo cultural que dicen es nuestro, el sentido literal y recto de las palabras es el que debe ser utilizado para la correcta interpretación de los textos y más si tales pretenden ser ejemplificantes y directores de comportamientos e informadores de relaciones; no valen tamices adaptativos ni tendenciosos ni acomodaticios, lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible y lo que creo que es, probablemente lo será y merece el respeto que merece ni menos ni tampoco más, y en los casos del dios que nos fundó, si no merece ninguno pues tal debe de tener. Saramago ironiza con mirada infantil y a la vez socarrona con determinados episodios bíblicos dejando entrever que la mano que escribió algunos de ellos no sólo dejaba clara la humanidad de la autoría sino también el encono y perturbación que informa la mente que la lleva, de este modo, directo y lleno de sentido común básico nos alumbra sobre lo ridículo y absurdo que resulta sostener la sacralización de semejante texto y lo negativa que su influencia ha sido y esta siendo para la riqueza de las relaciones humanas. Es tan claro que parece mentira que pueda discutirse, pero así es, qué se le va a hacer la mayoría prefiere las tinieblas. Un abrazo.