martes, 20 de octubre de 2009

A propósito de la manifestación provida

Mi padre, que es un sabio aunque él no lo sepa, ni yo, desgraciadamente, haya sido nunca capaz de decírselo, me dijo una vez que teníamos un grave problema cuando la derecha política toma la calle para hacerse oír; no dijo nada, ni nada añadió, acerca de la circunstancia agravante que sería que la callejera convocatoria fuera promovida o jaleada o bendecida por los imanes religiosos patrios, supongo que por lo peregrino de la hipótesis y también porque mi padre, dejando a un lado su citada sabiduría de la que no sabe, en este concreto punto consideró que eso formaba parte de la base incuestionable de todo razonamiento, esos que estamos obligados a tener si no queremos empezar cada vez desde cero: en qué cerebro diseñado y amueblado a la moda española cincuentera y sesentera y hasta setentera podía llegar caber que personas de probada formación académica y espiritual, y a la sazón con cómodos y conocidos espacios de reunión y congregación y voluntaria hermandad, precisaran de salir a la intemperie y eventualmente mojarse o incluso mezclarse con el gentío, y mudando púlpito y eco sacro por pancarta y altavoz, se pusieran a lanzar vulgares soflamas y consignas facilonas, de esas que no soportan el mínimo peso argumental sin colapsarse. Impensable, imprevisible, como la crisis subprime. Imperdonable. Visto en perspectiva, resulta natural que el hombre, mi padre, el sabio que no sabe que lo es, no pudiera vislumbrar tal posibilidad, una cosa son los políticos que al cabo son profesionales del partidismo, natural, pero los guías, los imanes, los ejemplos, cómo iban a ser partidistas, verdad sólo hay una, camino uno, y lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Con lo que no contaba mi padre, es que las verdades son muchas, se venden y se compran, que la que él compró estaba vendida al miedo y al terror, y que ahora sin monopolio protector ni plomo defensor, hay que buscarse la vida, que en la consulta hay eco y la sala de espera está vacía, que siempre resuena el mismo taconeo nervioso y respetuoso e infértil, que todo tiene que ser adaptado y acomodarse a la clientela mientras el vicario no sea seriamente cuestionado.

Pues sí, parece ahora que el habitual lugar de reunión y único de expresión del paria, del desposeído, del idealista ignaro, resulta que lo es también de los contecho, de los respetables y demás ilustrísimas y reverendísimas, y a ver porqué no, esto es democracia y la dictadura la sufrimos todos, faltaría más, quién no es ahora demócrata, a ver, que lo diga, que se atreva y nombro cien mártires o mil, menudos somos nosotros para los hechos y para sus evidentes y únicas interpretaciones... Ante tamaña evidencia argumental, los sufridos oyentes, llevados por aquélla tan cristiana como ajena comprensión que les enseñaron para sobrellevar los excesos de poderío de otros tiempos, en su tibieza, entre los posos que deja el miedo, pues consienten y les dejan y discuten y respetan, lo que me devuelve al origen, pues mi padre decía que si la derecha tiene que manifestarse para hacerse oír estamos ante una grave situación. Y lo estamos.

Y lo estamos porque este fin de semana pasado ha sido perpetrada una concentración de protesta en contra de las disposiciones gubernamentales que modifican la regulación sobre la interrupción voluntaria del embarazo, esto es, malograr el desarrollo natural de un feto humano, de una persona en potencia, acabando con él y con la potencia. Sabiendo de la noticia y viendo algunas intervenciones de políticos profesionales, periodistas tendenciosos, sacerdotes araneros y padres y madres bienintencionados hasta donde su inteligencia se detiene, he tenido la impresión que esta vez sí, que esta vez existían razones justificativas del uso de la izquierdosa herramienta expresiva que es la manifestación callejera. Y razones hailas y muchas, sino de qué a ese millón de personas, o dos, o ciento, que en estas manifestaciones cada uno puede y debe llevar a sus muertos, máxime cuando se tiene línea directa con ellos y se sabe tanto de la muerte y de las múltiples formas de llegar a ella, sino de qué, decía, toda esta gente se reúne y grita y vocifera y se indigna y saca sus mejores ropas y pide de prestado los mejores argumentos y a niños rubios; es que clama al cielo, que por decreto ley, como si fuesemos chinos o algo peor, por decreto se van a interrumpir embarazos y divinas gravideces y ello con carácter retroactivo, hábrase visto en algún lugar semejante tropelía. Ciertamente, pensé, el presidente rodríguez ha perdido los papeles. Más tarde, aún presa de la conmoción y estupefacto, pude adivinar, para luego tener la seguridad, de que no era obligatorio el aborto para las personas que se encontrasen en estado de buena esperanza, sino que cada una de ellas podía decidir si hacerlo o no; también supe y eso me tranquilizó aún más, que lo del efecto retroactivo habían sido imaginaciones mías, pero claro, al ver esas imágenes con los niñitos rubitos con bordados con proclamas vitalistas, lo mismito que los gitanillos de estación de metro mañanera, junto con sus padres y madres y abuelos y abuelas llenos de pasión dialéctica, me confundí, creyendo que debido a la crisis y aprovechando las disposiciones adicionales o transitorias, el abyecto legislador había incluido que los nacidos, verbigracia, con posterioridad al 2002, debían ser abortados con efectos desde tal fecha. Craso error el mío, me dejé llevar por un análisis indiciario que resultó totalmente precipitado, acaso producto de la convicción de que la mentira era patrimonio exclusivo del ignorante. Error más craso éste que el anterior, pues el que ignora no miente.

No es digno de respeto quien no respeta. Y cómo decía aquel, no debemos responder al necio con necedades pero sí responderle por sus necedades, no vaya a creerse sabio, como en verdad lo es mi padre. Seguro que los manifestantes no están equivocados en sus íntimas razones y por ello son consecuentes con ellas y harán lo que consideren adecuado y oportuno y nadie tendrá motivo o motivos de afearles su actitud con falsos silogismos ni torcidos argumentos inconsistentes, pero deben tener claro, y ello es compatible, perfectamente compatible, con que el punto de vista contrario es igual de acertado que el suyo y el que lo tenga tiene exactamente el mismo derecho y la misma obligación de llevar a sus consecuencias su modo de ver y la forma en que quiere que su vida ocurra. Si alguien se considera como único poseedor de la razón, si se cree con derecho a dar su opinión sin permiso del opinando, si cree que tiene autoridad sobre lo que no le concierne, si cree que es invitado nato de cualquier iniciativa, es que no sabe lo que es el respeto y por tanto no debe ser respetado ni es respetable, no debe ser oído, ni tenido en cuenta, ni siquiera cuestionado, ni sus argumentos deben ser discutidos. Las iglesias únicamente hablan y dirigen su palabra a aquellos que quieren formar parte de ella, o que sin quererlo, por su propia debilidad, la conforman, los que no estén en uno u otro caso no deben sentirse concernidos por sus puntos de vista ni deben siquiera discutirlos si no lo desean pues se encuentran exactamente al mismo nivel: que las cosas hayan sido de una determinada manera, que hayan existido determinadas influencias, que incluso se haya respetado, en modo alguno puede llevar a una incuestionable incuestionabilidad, pues ello condicionaría el presente, nuestro presente. Lo que fue no necesariamente tiene que coincidir con lo que debía haber sido, ni con lo que es, ni con lo que será, ello implica la aceptación de la tenaz contumacia como modo de proceder y de pensar y de vivir. Así pues, que griten, que se desgañiten, que se ocupen en sus razonamientos circulares, pero que no crean que están legitimados a pedir más respuesta que la que uno esté dispuesto a dar, en otro caso, la respuesta sincera debe ser la invocación de la fe, confianza debida y respeto hacia mi criterio discrepante, mis razones tengo, no eres nadie para interrogarlas ni para cuestionarlas. Ora et labora, como yo hago, y como hace mi padre que para eso es un sabio, aunque no siempre la astilla guarda relación con el palo.

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